viernes, 25 de junio de 2010

#33

Erva observó cómo sus compañeros la contemplaban con esperanza. Si había alguien que podía detener la hecatombe que estaba teniendo lugar en el claro del bosque, era ella. Esperaban que llamara a un Alma capaz de congelar el caos allá abajo.

¿…Congelar?

Entonces, Erva cayó en la cuenta. Suspiró y fijó la vista en el suelo. Se decidió a hacerlo, a invocarlo. Ordenó a los demás que se alejaran y se preparó. Intentó establecer el contacto con el Alma, le entregó su corazón y su conciencia y él los aceptó. En ese momento, Erva, cerró los ojos, dio media vuelta e hizo aparecer sus espadas. Las blandió un instante y, aún con los ojos cerrados, las lanzó hacia delante y éstas cayeron certeramente en paralelo, clavadas en la tierra, una al lado de la otra. El calor de las llamas la estaba consumiendo, tanto que sentía como la sangre le hervía en las venas, y le dolía. Los gritos de la Naturaleza ensordecían todo su entorno, por lo que cerró su mente del exterior.

Silencio.

Notó como su energía vital se acumulaba en sus pies y la canalizó mediante la creación de los sellos y símbolos correspondientes. Así, el suelo que pisaba se cubrió de círculos brillantes con extraños caracteres en su interior.

Iryth y Leet observaban el ritual ligeramente apartados de Erva. En el ambiente infernal, caótico y ardiente, contemplaron cómo su compañera se iluminaba débilmente y se elevaba varios centímetros sobre la tierra. Una onda de vació sacudió el terreno varios metros a la redonda. Toda la vegetación que los rodeaba se balanceó, se arrancaron ramas de los árboles, se tumbaron arbustos y se mecieron hierbajos, con el fin de despejar el escenario para la invocación. Leet e Iryth se protegieron como pudieron de la fuerte corriente de aire situándose detrás de una gran roca. Luego, Erva se posó suavemente sobre la hierba.

Abrió lentamente los ojos. El ruido del caos a su alrededor no era más que un murmullo lejano. A sus ojos, sólo sus espadas, fijadas en la tierra, brillaban con una luminiscencia azul rodeada de un aura negra como la boca del lobo.

Susurró una oración, mientras ella misma se cubría de neblina azul y negra. Sus compañeros la observaban con cautela y se atrevieron a acercarse a ella. Lentamente, Iryth y Leet se aproximaron a Erva. A su paso, los sellos y símbolos adquirieron un brillante color azul. Cuando estaban tan cerca de ella que podían tocarla, el ruido desapareció también para ellos. Alarmados y extrañados, dirigieron su atención a su amiga, que continuaba murmurando en sámico arcano. Erva miraba sus armas con una concentración férrea, como si no hubiese nadie a su lado, como si lo ignorara todo. Sus ojos se tornaron blancos y, de repente, cesó la oración. La neblina se disipó, los sellos desaparecieron y el tiempo se paró un segundo en el que todo parecía estar suspendido en el aire. Entonces lo llamó en voz baja:

- …Howl…

El ruido volvió a los oídos de los tres en una vertiginosa vorágine de vibraciones, dolorosa y constante. Erva se mantuvo impasible, pero Iryth y Leet cayeron sobre sus rodillas y trataron de taparse los oídos.

Ante sus ojos, las espadas de Erva se habían cubierto de una fina capa de hielo.
Leet se levantó:

- ¿Qué…?

Notaron como el aire se enfriaba de pronto, sus alientos se condensaron en nubes de vapor en sus gargantas y les era difícil respirar. La atmósfera parecía ser mucho más pesada que antes y los músculos se entumecían, la piel se resquebrajaba. Pero Erva estaba ensimismada contemplando cómo el aire frío se posaba en forma de nieve sobre las espadas y el hielo crecía en torno a ellas, cada vez más, hasta crear un enorme bloque helado y azul. Iryth ahogó un grito y estuvo a punto de salir huyendo cuando se agrietó. Pequeñas placas de hielo se desplazaron sobre la superficie del bloque, confiriéndole, poco a poco, forma humana.

La figura helada, de pronto, dio un paso. Con ese paso, el suelo bajo ella se congeló. Dio otro paso, luego otro y después otro, dejando un rastro de escarcha sobre la tierra. Según avanzaba hacia Erva, el hielo de la figura desaparecía, descubriendo lo que había en su interior. Finalmente se detuvo ante quien lo llamaba una figura oscura de alta estatura.

Iryth había leído algo sobre él hacía muchísimo tiempo, cuando aún vivía en Breeth. Se trataba del Alma de Howl. Ahora parecía completamente humano. Soportaba una brillante armadura negra que emitía suaves destellos azules y sostenía en su mano derecha una lanza de las mismas características. Su pelo largo, del color del carbón, enmarcaba su rostro. Iryth no recordaba haber visto un rostro más bello en toda su vida. Leet se fijó en sus ojos, tan azules que eran casi blancos, que miraban con devoción a quien lo había invocado.

Howl hizo una respetuosa reverencia, inclinándose levemente hacia delante. Luego, se arrodilló ante Erva. Ella, que aún parecía ignorar a sus compañeros, extendió el brazo hacia Howl y enredó con ternura los dedos de su mano derecha en su pelo, detrás de la oreja. Mientras, Iryth y Leet observaban estupefactos. Erva se arrodilló y susurró algo al oído de Howl. Le soltó suavemente el pelo, se levantó y se apartó, observándolo. Él hizo lo propio y la miró por última vez. Luego, dirigió la mirada al frente. Cogió impulso y, en una centésima de segundo, saltó y su neblina negruzca lo cubrió. Cuando se disipó, se había convertido un enorme lobo negro, cuyo pelaje despedía su característico tono azul eléctrico. Aterrizó grácilmente y echó a correr hacia el epicentro de la hecatombe, cubriendo con brillante escarcha todo cuando encontraba a su paso.



Samos.

1 comentario:

Sasa dijo...

Me encanta me encanta me encanta. *_*
Por si no te lo había dicho antes me declaro fan de Howl desde YA. *saca los pompones*